miércoles, 27 de febrero de 2013

Entrevista realizada para la revista SINERIS.






En un marco incomparable, entre los cuadros y esculturas de las salas que el Museo Thyssen puso amablemente a nuestra disposición, entrevistamos al ecléctico y siempre original Andreas Prittwitz, saxofonista, clarinetista y flautista de amplio espectro capaz de unir Francesco Geminiani con Jan Garbarek en un solo aliento. Para hablarnos de su enfoque y de los proyectos futuros y pasados de sus Lookingback, compartimos con él horas, cervezas y alguna risa cercana.
Aterrizaste en Madrid con apenas 18 años. ¿Cómo fue tu llegada a la España pre-Movida?
Vine justo en la época postfranquista, cuando ya había democracia y empezaba a cocerse un nuevo mundo en España. Por mi parte, yo procedía de una situación como la de tantos otros músicos: una infancia dedicada a estudiar música, con pocas amistades (eres un poco el “raro” de la clase). Y por mis circunstancias más todavía: mi padre trabajaba en el Instituto Goethe, en la Embajada, y nos cambiábamos de sitio muy a menudo; tenía pocos amigos y me pasaba estudiando todo el día. Fue muy positivo para mí, pero por otro lado me encontraba un poco solo. Sin embargo, al llegar a España y terminar aquí el colegio alemán descubrí que se podía tener amigos, salir… ¡que se pasaba muy bien en Madrid por la noche en esa época! Entonces me cambiaron todos los criterios. Yo llegaba de dedicarme exclusivamente a la música barroca y antigua con la flauta de pico y aquí empecé a tocar el saxo, el clarinete, a salir por las noches para improvisar, y dejé la música antigua atrás aunque la siguiera practicando. A mi llegada estuve trabajando con gente del mundo de la música antigua, que en España acababa de nacer: los pioneros habían estado hasta hacía poco en Holanda, Suiza, y habían formado el Departamento de Música Antigua (dentro del mundo de la flauta de pico gente como Álvaro Marías o Mariano Martín). A mis 18 años llegué con un poco de soberbia… muy preparado en un momento en que en España todavía no se estaba tanto –dicho con humildad y objetividad–. A mi edad eso significaba tomarse menos en serio la música antigua de aquí, a la que presté menos atención, interesándome más meterme en el mundo del jazz, la improvisación, el saxo… Un mundo mucho más interesante para un chaval de 18 años.
Dedicaste los primeros años a jazzear por Madrid, y más tarde te metiste en el mundo de los cantautores que comenzaban a experimentar con el gran formato. Supongo que hubo un momento intermedio en el que pasaste de improvisar todas las noches en pequeños locales a hacer macrogiras con Miguel Ríos, Ana Belén… ¿Cómo ocurrió todo?
La verdad es que hubo poca transición. Estuve tocando con grupos muy típicos de la escena del jazz de entonces, como eran el Hot Club de Madrid, un grupo encantador, que como dice su nombre, se dedicaba al jazz antiguo tipo dixieland y a todo el sonido franco-agitanado a lo Django Reinhardt proveniente de París. Y lo hacían muy bien, la verdad. Fueron unos profesores estupendos. Trabajé con un par de grupitos más y enseguida alguien me vio tocando en un bar. Ese alguien era la cabeza visible del grupo Suburbano, que luego enseguida pasó a acompañar a Luis Eduardo Aute. Así que en menos de un año tocaba en Suburbano, con Aute, al tocar con Aute ya tocaba con el otro… Fueron un par de años o tres muy divertidos, y especialmente constituyó un gran paso para mí el entrar en la banda de Miguel Ríos, de manera muy casual, como todo en mi vida. Desde ahí ya me fui a las giras con los grandes artistas pop y rock.
¿En qué momento comenzaste a derivar tus intereses hacia otros campos?
Siempre mantuve alguna relación con el barroco a través de colaboraciones esporádicas con alguna orquesta o con algún grupo, y con el jazz también, por supuesto. Llegó un momento en que tenía tanta necesidad de hacer cosas propias que –coincidiendo con mi divorcio personal– decidí también “divorciarme” de ese tipo de trabajos para dedicarme exclusivamente a mis propios proyectos. Eso fue hace 6 años más o menos y desde entonces sólo toco y trabajo con Javier Krahe (es una cuestión de amistad y de admiración verdadera). Y con los demás es incompatible, ellos tienen un ritmo muy exigente, y necesitas trabajar exclusivamente para eso; ya no puedes programar como se programan los festivales de música clásica con un año vista, o dos años; es incompatible. Me va muy bien y estoy contento haciendo lo que me gusta.
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